“Extrañas eran mis premisas, pero los términos del debate eran tan viejos y vulgares como el propio ser humano. Estímulos y dudas muy similares deciden el destino de cualquier tentado y temeroso pecador: y sucedió conmigo, como con la gran mayoría de mis semejantes, que elegí el mejor partido y me encontré después sin la fortaleza necesaria para mantenerme en él”.
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