“Cada vez que nuestros caminos se cruzaron, en todas las circunstancias importantes, al parecer sin ninguna transcendencia, en que viniste hacia mí en busca de placeres o de ayuda, lo mismo en el juego que en aquellos fútiles acontecimientos cuya significación no es mayor que la de los átomos de polvo que danzan en un rayo de luz, o la de la hoja desprendida del árbol, siempre, como lo es de un grito de dolor, o la sombra de las bestias con las cuales parece competir en velocidad, siempre fue la ruina tu compañera”.
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