“(…) las melancolías me devoraban, el deseo de la muerte; la desilusión de todo, la languidez física, en fin, producto de la lasitud del alma y que bajo la falsa apariencia de un joven de veinticuatro años, denunciaba en mí la precoz ancianidad del alma y el hastío de las cosas del mundo, propio de un hombre maduro y cargado de años”.
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