“Cuando pienso en la religión, siento que me gustaría fundar una Orden para los que no creen: se la podría llamar Cofradía de los Incrédulos. Ante un altar en que no ardiese ningún cirio, un sacerdote, cuyo corazón no supiese de paz, celebraría con pan sin bendecir y un cáliz sin vino”.
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