“Mas aquella a la cual no me atrevo atormentar con mi lira, y que, como la majestuosa luna, resplandece sola entre las esposas y las jóvenes, ¡con qué celeste altivez roza la tierra! ¡Qué lleno de indolencia está su pecho! ¡Qué triste es su mirada encantadora! ¡Basta, basta!; ya pagaste caras tus locuras”.
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